miércoles, 8 de febrero de 2012

Hoy salí del trabajo con una sensación rara, me dolía la cabeza y de un ojo no veía bien. Eran como destellos de luz los que tenía y me vine a dormir, y dormí dos horas seguidas, me levante mareada y con esa sensación de culpa por haber perdido tiempo. (Siempre tuve esa sensación de perder tiempo Vital al dormir y me niego rotundamente a una siesta pero también siempre me invento estrategias para disimularme la culpa y hago cosas como “dormitar” o tirarme de costado, así de pasada por la cama, cuestión que si me duermo no es algo decidido ni premeditado, si no algo casual sobre lo cual no tengo mucho poder de acción). Pero me desperté con esa sensación de culpa y cuando abrí la página de noticias en letras grandes y rojas se hablaba sobre la muerte Spinetta, habían puesto una foto suya mirando a la cámara, con anteojos rojos y una sonrisa leve, en calma, de felicidad actual, apenas ahí como de alguien en paz, en función etérea, un poco en clave zen, sin histeria.“Bandera blanca, el mar está tranquilo” parecía decir la foto. Y de repente todo eso me hizo llorar, entre el mareo, la presión baja y esa sensación de culpa que hacía que el ambiente se parezca a un sauna emocional.

Y entre el llanto, que era intenso por momentos, en esos donde me tiembla la panza en un ringtone continuo y constante, me acordé de mi amiga Luli. Y pensé en todas las conexiones que, paradójicamente, puede acarrear la muerte. Acercamientos sensibles a personas, lugares, olores y cosas. Yo me acordé de ella y de las tardes en su casa, prendiendo sahumerios con olores varios, el pachuli, los discos de Charly de Fito del Flaco, y todo el rock y la música rara que tenía mi amiga en su casa y que me causaba mucha admiración. Sobre todo porque desde chica veía en ella algo de entendimiento particular del mundo, algo extraño, raro, chiquito, profundo y exótico. Tenía discos que en ese momento me parecían rarísimos y que hoy los veo en la categoría de clásicos, de lugares por donde hay que pasar, conocer su historia, productos que de alguna manera generan por su calidad una especie de deuda en cada uno de nosotros, a los que se tiene que volver, porque algo queda prendido, en vibración, las fibras sensibles en movimiento.

Cuando pude calmarme y parar de llorar pensé en mi día y en la cuestión de la energía. No pude dejar de hacer la conexión totalmente arbitraria entre la muerte de Spinetta y mi sentimiento de mareo, mi malestar repentino. Extrañé a mi amiga, a esas tardes, a nuestras charlas eternas y profundas como pozos adentro de la tierra. Palabras adentro, música, cigarrillos, los perros.

Te extraño.

La llamo y ella se sorprende, está caminando en la calle, y yo siento un poco de culpa por la sorpresa, culpa por la intermitencia de mis llamados, soy inconstante pienso, soy Sofía, un eterno intento de estabilidad. Perdón.

Hola, amiga. Con lo del flaco me acordé de vos, le dije.

¿Qué, qué le pasó al flaco? Eh? No me digas que se murió. NOS MINTIO entonces!

Tuve ganas de decirle cuanto la extraniaba, pero a veces me gusta guardarme esas declaraciones que por momentos ensucian todo, de gusto, nos ponemos incómodos, más tiernos, blanditos, cero espontaneidad, una costra de azúcar innecesaria

Hablamos de la energía, de que hay algo ahí que es Real, palpable sensorialmente, esa sensación de muerte que sobreviene en el aire, el calor y los dolores de cabeza.

Quedamos en poner algo que haga ruido en el extremo superior izquierdo de la casa, para llamar a la riqueza. Eso dice el Feng Shui. Nos reímos, ya no importa de que trabajemos, lo importante es la guita, reímos. Sabemos que es mentira.

Te quiero, te veo, te llamo. Saludos a Eze. Sigo por acá.

Gracias.

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