martes, 14 de febrero de 2012


Nunca me importó nada el 14/2, de hecho siempre sentí un poco de vergüenza por lo que la gente hace en estos días, las redes sociales, las declaraciones de afecto desorbitado, los osos, la miel. Pero hoy estuve pensando en esto del amor, los besos y la grasada dulce, oleosa de los romanticones, y pensé en digamos mis parejas, y me acordé de mi primer Día del Amor con alguien.
El era mi primer novio, y yo estaba a full, pero a full de metida y enamorada y esas cosas que, aunque suene a cliché, pasan poco. Y también ese día era el aniversario de mi Pueblo, Twin Peaks, el pueblo fantasma que elige bautizarse en el día del Amor. Una mentira bien trabajada.
Con Martín estuvimos toda la tarde en mi casa, teniendo sexo cerca del aire acondicionado, pasando frío, medio en bolas, mojados, con los cuerpos enredados. Siempre estabamos escondidos. Yo era bastante chica, a mi papá no le gustaba mucho la idea de viajar sabiendo que yo estaba con un tipo en casa, y mi mamá, bueno, pensaba que todo el tiempo estaba haciendo asquerosidades en la casa de la papá. Eso nos impedía hacer las cosas con naturalidad, pero la verdad es que también nos divertía muchísimo. Tener que coger medio a las apuradas, medio vestidos en cualquier lado era la aventura del momento. Living la vida loca. Bailar por un sueño, coger por un sueño. Lo mejor de todo es que sinceramente nos queríamos mucho y no había nada más lindo en todo el Pueblo y en la vida para mí que dormir con él.
Ese día habíamos estado toda la tarde en casa en la cama, hasta que nos acordamos de los festejos en la plaza. Entonces nos metimos a la ducha y el recuerdo muy claro que viene es el de cómo él me pasa la esponja despacito, con amor, como acariciando a un bebe, y se mira la mano un rato largo tildado en esa acción. Yo me quedo muda, mirando eso y me siento cobijada, calentita por dentro, húmeda y pienso que eso está Bien. Que lo nuestro está Bien.
Cuando terminamos salimos sin secarnos el pelo y fue eso, digamos, ese descuido, lo que hizo que mi mamá me viera, nos viera en la plaza, en el día del amor, juntos y mojados, como dos boludos, con esa expresión de sexo y desparpajo en la cara. Yo la vi de lejos, le vi el gesto, al principio no entendí, abrió los ojos, puso los rasgos duros y movió la boca. A mí me dio vergüenza, me sentí una puta. Mamá me lo decía con los ojos: PUTA PUTA, MI NENA ES UNA PUTA. Y toda la desilusión que tenía su cara me dió un poco de frío.
Martín me abrazó y bajó la mano hasta el culo, te amo, me dijo.
_ Sí, yo también.
Al segundo miré a mi mamá y ella ya no me miraba. Estaba de costado, aguantando la vista en los tipos que jugaban con fuego. Martín me acariciaba la parte de abajo de la espalda mientras el humo de los tipos hacía formas raras en el cielo.

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